Publicidad CLUM (111): El Ciripolen
-Tío Cirilo. ¿dónde está mi Mercedes?
-¿De qué me hablas?
-El que me prometiste si lo de tu pócima iba bien gracias al reportaje.
-¡Pues vas de ala! Eso fue en el siglo pasado y a mí, aparte de la fama, no me quedó mucha cosa...
Han pasado 25 años desde aquella promesa. En 1991, este periodista y su compañero Javier andaban por el corazón de Extremadura buscando pocimeros con los que componer un reportaje para un semanario de la época. Pócimas, sí, esos brebajes que los viejos de los pueblos hacían para sus parroquianos: un crecepelos, un tónico para aliviar los dolores, un jarabe para no tirarse ventosidades y, por qué no, un afrodisiaco natural en los tiempos donde las pastillas azules (viagras) todavía eran un sueño.
Y en Las Hurdes descubrimos al creador de una que dio mucho juego: el Ciripolen. El Tío Cirilo se hizo famoso como animador de platós de televisión, fiestas discotequeras y saraos varios. Su producto afrodisíaco llegó a patrocinar una temporada al Rayo Vallecano, fue envasado por una multinacional y se distribuyó en las cárceles de medio país «para levantar el ánimo a los presos». Pero también vio la parte oscura de la vida: fue engañado por un socio que acabó en la cárcel y, aparte de la fama, apenas ganó lo justo para reformar su bar. Hoy, a sus 81 años, sigue vendiendo el Ciripolen y otros productos por los mercadillos de Extremadura.
Siguiendo el hilo de un rumor llegamos a esta aldea de las Hurdes. Y allí, en el único bar de Las Mestas -17 habitantes empadronados en invierno- encontramos detrás de la barra a un hombre de unos 50 años, alto, moreno, de mirada pícara, pensamiento rápido y verbo fácil. Se nos presentó como Cirilo Marcos Domínguez, ex taxista, ex carnicero, ex emigrante e ex hijo del Tío Picho, primer apicultor de la zona y afamado poeta local.
Algo debió de heredar el bueno de Cirilo cuando en uno de esos carteles fáciles que abundaban en las paredes de muchos bares se leía: «Si quieres hacer el amor tres veces todos los días, Ciripolen por la mañana, por la noche y al mediodía». Ciripolen. La palabra mágica que andábamos buscando. Cirilo nos sirvió dos chupitos del líquido blanquecino envasado en una botella de Marie Brizard. Sabía al Baileys que tomaban entonces las chicas más finas. «Es una mezcla de leche, cacao, miel, polen, jalea real y algunas hierbas secretas que tenemos por aquí. Y un poquito de alcohol para darle gracia y alterar lo suficiente la cabeza para qué, cuando estés al lío, no pienses en otra cosa. Que por eso muchos hombres no funcionan...», nos dijo Cirilo mientras rellenaba los vasos.
El bar estaba bastante lleno para ser mitad de la semana. La noticia de la llegada de unos periodistas nos había precedido. Jóvenes y viejos rivalizaban en bromas sobre el elixir: «No bebas más chaval que vas a estar empalmao tres días». «Antes de beberlo me la cogía con papel de fumar, ahora necesito un palé de madera». «Por Cirilo hemos tenido que cambiar la cama de tanto uso que la dábamos...».
La historia oficial cuenta que a la vuelta de un viaje a Cuba, dos meses de desenfreno se sobreentiende, se sintió tan fatigado y falto de energías que fue por primera vez en su vida al médico. Le diagnosticaron colesterol alto y tenía el ácido úrico por las nubes. A Cirilo se lo podría haber dicho el médico, pero siempre fue un hombre que se fía más de sus sueños que de las recetas. «Ahí me acordé que mi padre siempre nos decía que había que tomar polen y miel para estar sano». El Tío Picho se le apareció en forma de pensamiento para confirmar que este néctar de las abejas mejora la circulación de la sangre, la capacidad física e intelectual, regula el colesterol, la tensión arterial y aporta hidratos de carbono y proteínas.
Jugando entre perolos dio con la fórmula magistral. Al principio se lo hizo probar a sus amigos. Luego a los conocidos. Más tarde a sus vecinos y al poco tiempo lo servía en su bar. La coña se extendió por todo el valle y la gente comenzó a llegar a Las Mestas para probarla. Hasta que llegó la prensa... Con la emoción de la despedida, el fotógrafo le advirtió al posadero: «Cirilo, si esto sale bien, vas a ser famoso y se te va llenar esto de periodistas. Si eres listo puedes ganar mucho dinero». «Dios te oiga amigo. Si es así, os compraré un Mercedes a cada uno...».
LLEGA A LA FAMA
Fue una tarde graciosa. Volvimos a Madrid llenos de Ciripolen y buen humor. El reportaje sobre Cirilo salió a la semana siguiente a cuatro páginas y los compañeros de profesión, al toque, vieron en la historia un reclamo especial para el verano que se avecinaba. A las pocas semanas, Cirilo estaba en todos los saraos públicos de aquella España de vino y rosas, de Expos y Olimpiadas. Era el personaje perfecto, el pueblerino que salía en la tele vacilando con todos, hablando de que la mejor medicina era «hacer el amor y no escuchar a Alfonso Guerra», un Sancho Panza hurdano que se atrevió a decirles a los jueces invitados a un canal de TV que si no se les ponía era «porque meten a mucha gente inocente en la cárcel y van a la cama con cargo de conciencia».
Cirilo salió ileso de todo esto.
La continuación de la historia está en las hemerotecas y archivos televisivos.
Durante varios años, Cirilo alternaba sus noches de insomnio haciendo su pócima a granel en la cocina con interminables fiestas en las mejores discotecas del país donde le invitaban como animador a jugar a «quién la pone más grande». El Ciripolen hizo furor. Todos los findes llegaban autobuses de media España cargados de curiosos y necesitados -o al revés- que, como si de una Lourdes hurdana se tratara, buscaban allí ese vigor perdido o no hallado. Primero Cirilo tuvo que contratar a dos empleadas. Después necesitó ampliar el bar. Por último, cansado de vender ya los vasos a 200 pesetas, decidió dar un paso adelante y ver la mejor forma de envasar y comercializar su invento.
«Se corrió la voz de que el Ciripolen ayudaba a concebir a las parejas que no podían. Muchas mujeres me trataban como si yo fuera un doctor, me contaban sus intimidades y yo les daba consejos de viejo», recuerda Cirilo, quién siempre se ha llevado mejor con las mujeres que con los hombres. Por algo tiene cinco hijas y un hijo. Y una mujer que se llama Piedad con la que lleva 54 años, la mitad de ellos sin Ciripolen. Y es que, ante todo, Cirilo es un gran «piropeador». Por eso asegura que ha vuelto a los mercadillos, a vender sus productos, a vacilar a las mujeres con ese extraño arte sin que se ofendan sus maridos presentes. A veces se ponía una bata blanca, le pedían cita, le trataban de «Don».
Cirilo, el gran Chamán de las Hurdes...
A duras penas, sobre todo para un hombre poco acostumbrado al mundo de los papeles, consiguió su objetivo de producir el Ciripolen a gran escala. Algún visionario de la Junta de Extremadura vio en él un buen reclamo turístico y le ayudaron con el registro sanitario. Los periodistas les pusieron en contacto con la multinacional Reny Picot y se comenzaron a fabricar tetrabriks de 200 ml para su distribución.
Pero Cirilo necesitaba un socio. Y, como suele pasar en este tipo de historias, la burbuja del Ciripolen comenzó a pincharse casi desde el principio. «Cómo no sabía a quién acudir, un día abrí un cajón donde guardaba decenas de tarjetas de empresarios que se pasaban por mi bar ofreciéndome el oro y el moro, y escogí una al azar. Se trataba de un empresario de Móstoles de cuyo nombre ni quiero acordarme. Al poco cerramos un trato. Él se encargaría de la distribución a cambio de la mitad de los beneficios».
El producto comenzó a tener otra visibilidad cuando se acabaron los reportajes. Se vendía en farmacias como reconstituyente natural, en grandes superficies como alimento para niños y hasta en el Corte Inglés como reclamo de producto patrio. Se contrató una legión de comerciales, se hicieron estudios de mercado, su stand en la Expo de Sevilla fue un éxito y Cirilo aprendió una nueva palabra para su acervo mundano: marketing.
Pero el dinero no llegaba.
El mayor éxito fue cuando un secretario de Ruiz Mateos se puso en contacto con su socio para patrocinar al Rayo Vallecano. Si el Real Madrid o el Barcelona llevaban publicidad de grandes marcas, ¿porqué el humilde equipo madrileño no podía ser patrocinado por el afrodisíaco de los pobres? Y, ¡sorpresa!, en la temporada 93/94 el nombre del Ciripolen dio la vuelta al mundo con una foto de varios jugadores rayistas con la marca de Cirilo en sus camisetas rodeando nada menos que a Butragueño. El Rayo ganó al Madrid por 2-0 y los chascarrillos comentando que lo que necesitaba la quinta del buitre era más Ciripolen y menos millones duraron una semana.
Ni el propio Cirilo sabe muy bien de donde salieron los 350 millones de pesetas que su socio le aseguró haber pagado para esta esponsorización. El caso es que los sacos de cartas que llegaban a Las Mestas haciendo pedidos aumentaron proporcionalmente. «Algunas venían con fotos subidas de tono, de hombres que mandaban imágenes de sus atributos bajo el supuesto efecto del Ciripolen», recuerda Rosa, una de las hijas de Cirilo.
Por aquello del famoso marketin, Cirilo participó en varias Vueltas a España como copatrocinador; su bebida estaba en la publicidad de la mayoría de los campos de fútbol de Primera; patrocinó a un equipo de fútbol americano y muchas instituciones extremeñas se lo rifaban por tenerle en nómina. Cuando en 1998 el Rey visitó las Hurdes, Cirilo tampoco desaprovechó la oportunidad: «Majestad, si quiere mantenerse joven tome Ciripolen», le dijo a pie de coche mientras le invitaba a visitar su bar. Algún malicioso se preguntaba, tiempo después, si el brebaje de Cirilo tenía algo que ver con las presuntas infidelidades del viejo Rey...
Pero el dinero seguía sin llegar.
Un día, mosqueado, Cirilo decidió ir a pedirle explicaciones a su socio. Discutieron violentamente. Rompieron relaciones. Aparecieron los abogados, pagarés falsos, cobradores que dan palizas... El hombre no quiere hablar mucho de esta historia. Reconoce que le engañaron. «Porque mi socio sólo se ocupaba en distribuir, no en cobrar. O por lo menos eso me decía. Antes para mí todo el mundo era bueno. Ahora he aprendido a separar el grano de la paja», asegura con esos ojos de hombre sabio. ¡Ay alma de cántaro! El caso es que, por ésta y otras estafas, su socio acabó en la cárcel y Cirilo no ganó lo suficiente para comprarse un Mercedes. Apenas sacó para reformar su bar, hacer un restaurante y construir una casa rural.
Aunque el Ciripolen dejó de fabricarse industrialmente en 2003, Cirilo siguió elaborándolo artesanalmente. Hasta hace poco, y aprovechando el sobrante no caducado, nuestro hombre firmó un contrato con Instituciones Penitenciarias para distribuir su producto por algunas prisiones. Y esta vez no con el marchamo de «afrodisíaco», «sino como reconstituyente del ánimo, para subirles la moral y la energía que necesitan para aguantar sus condenas».
Tras esta ironía del destino, la última llegó en 2009, cuando su inventor decidió volver a fabricar el Ciripolen a gran escala, esta vez como crema de Ciripolen con alcohol, como en los inicios, para servirlo como chupito y seguir haciendo bromas de alto voltaje sobre la barra de un bar. Ahora ha sacado nuevos productos con la miel como protagonista, está pensando en liofilizar el Ciripolen para convertirlo en un nuevo «Cola-Cao» y se ha asociado con empresarios del Valle del Jerte .
Hoy Cirilo, a sus 81 años, es ya el Tío Cirilo, bien parecido a su padre y bien cargado de esos espíritus traviesos de las Hurdes, sigue recorriendo las carreteras del Oeste español en su coche-furgoneta, de mercadillo en mercadillo, piropeando a las mujeres, contando a todos los que quieran oírle que él fue el inventor de una pócima, de un brebaje que levantaba el ánimo a los hombres, hacía feliz a las mujeres y, sobre todo, que no hacía daño a nadie.
Siempre será el gran Chamán de las Hurdes.
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